Entrevista laboral (relato erótico)
Mi amiga Carla tiene mil anécdotas en donde demuestra que es una verdadera mujer empoderada. En esta anécdota nos cuenta cómo logró que le dieran un empleo, aprovechándose de un entrevistador que quiso aprovecharse de ella. A continuación, el relato, tal como ella lo contó.
¿Prefieres que te lo cuente en lugar de leerlo? Escúchalo en el podcast Letras Ardientes:
Escucha “Entrevista laboral (relato erótico) – Episodio 20” en Spreaker.Si leyeron el relato sobre la apoyada en el tren, entonces ya saben quién (y cómo) es Carla. Si no, les aconsejo que lo lean o lo escuchen.
Tabla de contenidos
Relato de una entrevista laboral en primera persona
Hoy en día es difícil que los tipos de recursos humanos estén desprevenidos de los riesgos de acosar a una postulante. Una palabra equivocada, un gesto, cualquier cosa los puede llevar a tener un problema serio, incluso a perder su trabajo.
Hace unos años no era así. Los tipos que entrevistaban postulantes femeninas, para el puesto que fuera, se sentían en una posición de poder. Incluso se pensaban que podían obtener favores de las postulantes. Y a veces por hacerse los machos corrían riesgos al pedo, porque una denuncia de acoso los podía dejar en la calle.
Si te encuentras ante una situación similar a la mía pero no estás de acuerdo con amenazar a tu potencial empleador (como yo lo hice), tal vez te convenga leer acerca de cómo enfrentar una situación de acoso en una entrevista de trabajo.
Yo pasé por muchísimas entrevistas de trabajo, y me topé con muchos tipos así. A algunos los denuncié, a otros solamente los putié o les pegué un cachetazo. Pero hubo una oportunidad en que pude usar esa debilidad masculina a mi favor.
A Fátima le gustan las historias de mujeres empoderadas, por eso le encantó esta historia. Yo le dije que la contara ella, pero me insistió para que la cuente yo misma, con la excusa de que yo iba a poder contar mejor los detalles. Así que aquí va, espero que les guste.
Comienza la entrevista
Me estaba postulando para un trabajo de experta en redes sociales y marketing digital.
El entrevistador era un jefecito que se creía el gran ejecutivo corporativo de Wall Street. Cincuenta y pico de años, corte de pelo de moda, barba prolija, mucha cama solar, traje elegante, zapatos caros. Me trató con amabilidad, haciéndose el lindo y el simpático. Me saludó muy formalmente, con un apretón de manos. El tipo tenía preparada una frase para romper el hielo. Me dijo: “Si llegaste hasta acá, quiere decir que tenés aptitudes para el puesto”.
Después me miró a los ojos, puso cara de pícaro y me salió con algo así como “Ahora me tenés que demostrar que tenés más aptitudes que las demás aspirantes”. Ya empezaba a adivinarle sus intenciones. Pero no le dije nada, solamente me lo quedé mirando con cara de expectativa.
Como no le di pie para seguir la conversación, se puso a leer mi currículum. Estuvo un rato callado, sacudiendo su pierna como si estuviera usando una máquina de coser antigua y masticando el capuchón de su lapicera. Muchas señales de energía sexual reprimida… Cada tanto levantaba disimuladamente la vista por encima del papel para mirarme las tetas.
Yo había ido con una blusa sin hombros, y por encima tenía puesto un saco. Me desabroché un botón del saco para ver cómo reaccionaba. Y tal como esperaba, me volvió a mirar las tetas, pero esta vez no lo pudo disimular. Me hizo gracia, y tuve que hacer un esfuerzo para no reírme.
Mi currículum
De todo lo que había en mi currículum, la parte que más le interesó fue donde decía que había hecho modelaje. No tenía nada que ver con el puesto de experta en redes sociales, pero se ve que al tipo le picó la curiosidad, porque me preguntó qué clase de modelaje había hecho.
“Modelaje artístico. Desnudos, básicamente”, le contesté muy suelta de cuerpo. Al tipo se le cayó la lapicera y la pierna se le quedó quieta de repente. “¿De verdad?”, me preguntó. “Sí”, le dije, “todo lo que dice mi currículum es verdad”.
Después siguió con la vista en mi currículum, pero yo sé que no lo leía. Estoy segura que me estaba imaginando desnuda, él sacándome fotos y yo modelando.
Al rato dejó de leer. Respiró hondo y me dijo “Bueno, Carla, como te dije antes, tenés aptitudes para el puesto. Ahora quiero que me digas qué podés ofrecer que las demás aspirantes no puedan”.
En ese momento ocurrió un pequeño milagro. Sonó mi teléfono adentro de mi cartera. Le pedí disculpas, saqué el teléfono, lo mutié y muy disimuladamente abrí una aplicación para grabar audio y la puse a grabar. Después lo apoyé en el escritorio, fuera de su vista pero no muy lejos, cosa que grabara toda la conversación sin que el tipo se diera cuenta.
Llevándolo a la trampa
“Perdón, ¿qué me estaba diciendo?”, le pregunté.
“Te decía, que necesito que me muestres qué cosas tenés, que las demás no tengan”.
Yo me hice la boluda, como que no entendía lo que me estaba sugiriendo. “Bueno, no sé”, le dije. “Depende de lo que haga falta para el puesto”. Y ahí el tipo dijo algo así como que “si hacés los movimientos correctos podés llegar muy arriba”. Listo, estaba clarísimo.
Lo miré con una sonrisa perversa pero no dije nada. Acerqué mi silla al escritorio para que me apretara un poco la panza y me empujara las tetas para arriba. Me saqué un zapato y con el pié empecé a acariciarle la pantorrilla, mientras le preguntaba “¿Qué tan arriba podría llegar?”
El tipo se sobresaltó cuando sintió mi pie, pero en seguida se relajó y abrió las piernas para darme espacio. “Vas a llegar tan arriba como quieras”, dijo con sonrisa de ganador.
Yo le sonreí fingiendo vergüenza, mientras con el pie trataba de llegarle hasta el muslo. Estábamos en una oficina vidriada, así que el tipo miraba para todos lados muerto de miedo de que alguien lo viera desde afuera. Cuando vio que nadie miraba, se hundió un poco en el sillón y arrimó más la silla al escritorio, como para que mi pie llegara más fácilmente a su ingle.
Mostrando mis atributos
“Y dígame señor, ¿me van a tomar algún tipo de exámen? ¿O tendré que hacer alguna prueba?”, le pregunté, mientras yo también me hundía en la silla para llegar un poco más lejos con el pie.
Me contestó que me estaba examinando en ese preciso momento. Y que me estaba yendo bastante bien. “Pero necesitaría ver algo más de tus atributos”, agregó.
Yo me hice la boluda, más que antes, y le pedí que me explicara mejor qué era lo que quería ver. Mientras tanto, con mi pie ya había llegado hasta su entrepierna y con los dedos podía notar cómo el pene se le iba poniendo duro.
Entonces el tipo dejó de lado los eufemismos, y de una me dijo que me sacara el saco y lo dejara ver mis pechos. Miré de reojo a mi celular para asegurarme de que estuviera grabando.
Actuando según las circunstancias
Me hice la ofendida, pero igual me saqué el saco sin dejar de sonreírle. Entonces apoyé mis brazos en el escritorio y me incliné hacia adelante. Al tipo literalmente se le caía la baba mientras miraba mi escote y disfrutaba del masaje de mis dedos en sus testículos.
Así estuvimos un rato, sin apartar la vista el uno del otro. El tipo estaba excitadísimo, jadeaba ruidosamente y casi no podía evitar que se le cerraran los ojos por el placer.
Para redoblar la apuesta, agarré un lápiz y me lo llevé a los labios. Le mordisquié la punta y le pasé la lengua. Para ese entonces, el tipo ya había perdido toda clase de filtro. “¿No te gustaría hacer eso con mi pija?”, me preguntó en medio de gemidos. Me quedé callada, pero con una gran sonrisa de felicidad, pensando en todo el material que estaba quedando grabado en mi teléfono.
Momentus interruptus
De repente se escucharon unos golpes en la puerta. Por poco se cae de la silla y se muere del susto. Con un movimiento violento apoyó las manos en el escritorio y se impulsó hacia atrás, para alejar mi pie de su ingle lo más rápido posible. “Sí, pasá”, dijo con la voz temblorosa. Se cruzó de piernas para tratar de ocultar su erección.
Entró un chabón a traerle unos papeles y se quedaron hablando un rato largo. Mi entrevistador estaba desesperado por que el otro se fuera. Había sacado un pañuelo y cada tanto se lo pasaba por la frente para secarse la transpiración.
Yo me volví a poner el saco y el zapato, y noté cómo el tipo trataba de disimular un gesto de desilusión. Cuando el otro se fue, yo me paré y le dije de una: “Bueno, entonces… ¿cuándo empiezo?”.
“Epa, pero todavía no terminamos”, me contestó con tristeza. “Además, todavía tengo que entrevistar a muchas otras postulantes”.
Sacando el as de espadas
Entonces agarré un portarretratos que había en su escritorio. En la foto aparecía él con una mujer y dos nenes. “¿Es tu familia?”, le pregunté. Me dijo que sí con la cabeza.
“Sería una lástima que su papá se quede sin trabajo”, lo amenacé mientras agarraba mi teléfono y le hacía escuchar el audio que había grabado. Le juré que si no me daba el trabajo, ese audio se iba a viralizar más rápido que la canción de Baby Shark.
Antes de irme, le recordé que mi sueldo pretendido estaba escrito en la hoja de presentación, junto con mi currículum. Le dije que esperaba su llamado para decirme cuándo empezaba. Después le di la mano y me fui.
El lunes siguiente estaba trabajando.
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