El sexo lento o slow sex te permite centrarte en las sensaciones en lugar de poner la atención en los movimientos y en el rendimiento físico. Además nos sirve para liberarnos del estrés y mejorar nuestras relaciones sexuales.
Es muy fácil dejarse atrapar por la idea de que el sexo es meramente un ejercicio físico. El slow sex se trata de sentir la experiencia en profundidad a medida que se desarrolla, en lugar de buscar el objetivo orgásmico que a veces nos apuramos por alcanzar.
Escucha “Slow sex, el arte de gozar con lentitud – Episodio 2” en Spreaker.El slow sex es el enemigo del “rapidito” que – por alguna razón – parece gustarle a muchos hombres, en su afán por dar tareas por cumplidas y pasar a otra cosa.
También es opuesto a ciertos juguetes sexuales que aceleran la llegada del orgasmo. Si bien los principios del slow sex no tienen nada en contra de usar juguetes durante la relación, lo cierto es que usar en pareja un estimulador veloz como el Satisfyer hará que la actividad sexual termine en cuestión de unos pocos minutos.
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Los juegos preliminares en el slow sex no son un trámite que hay que superar para llegar al coito. Cada sensación puede ser orgásmica y se le debe dedicar el tiempo necesario para disfrutarla.
El slow sex comienza en el momento en que decidimos intimar con nuestro amante. La clave del sexo lento es sintonizar con el cuerpo y concentrarse en cada sensación de principio a fin. Es importante permanecer en el momento presente, sin ningún objetivo final para que las relaciones sexuales basadas en el slow sex nos den la máxima satisfacción.
La práctica del slow sex debe ser como una sesión de meditación. Cerrar los ojos, respirar despacio y profundo, sentir que nos dejamos llevar por un río de aguas calmas. Sentir cada respiración, cada punto de contacto piel con piel, cada movimiento de cada músculo. Dejar que esas sensaciones nos atraviesen en un estado de completa conciencia.
La forma más íntima de conectar con otra persona es a través de la mirada. Ahí es donde se produce la magia del slow sex. El contacto visual nos acerca y nos une como pareja; nos permite ver y sentir íntimamente al otro. No me refiero a sentirlo con los sentidos, sino con el ser.
Cuando practico slow sex, empiezo por mirar a mi pareja a los ojos como parte del juego previo. Me siento o me acuesto frente a él mientras mantenemos un profundo contacto visual. Tal vez me acaricio muy sutilmente mientras nos miramos. En ese momento, la excitación comienza a acumularse y a extenderse por todas las zonas erógenas de nuestros cuerpos.
Debemos tener en cuenta que nuestra principal zona erógena es el cerebro. Es por eso que el uso de palabras y sonidos logra excitar nuestras mentes, antes de pasar a estimular los sentidos.
Mientras nos miramos, imaginamos lo que tenemos ganas de hacerle al otro y tratamos de adivinar lo que el otro está imaginando.
Intentamos aguantar el mayor tiempo posible sin tocarnos, pero acercándonos para sentir el calor que transmiten nuestros cuerpos. Mantenemos los ojos abiertos y el contacto visual, para intensificar la conexión y la lujuria, antes de pasar – lentamente, siempre lentamente – a los juegos preliminares.
En el momento en que nos resulta imposible seguir evitando el contacto físico, comenzamos a tocarnos, acariciarnos y a besarnos en nuestras zonas erógenas menos sensibles: tobillos, detrás de las rodillas, parte inferior de la espalda, abdomen. Luego avanzamos lentamente por la cara interna de los muslos, luego los pies, las orejas, los hombros, el cuello, los pechos y pezones.
Luego podemos abrazarnos y dejar que nuestros órganos sexuales entren en contacto, pero sin penetrar. Quizás aún con la ropa interior puesta, como si sólo estuviéramos “franeleando” o haciendo petting.
Delicados besos en la boca, sonrisas cómplices y palabras adecuadas intensifican la excitación. Decir qué es lo que más nos gusta del cuerpo del otro, o de sus acciones. También, quizás, recordar épocas de noviazgo, cuando debíamos hacer el amor a escondidas, en lugares prohibidos, ocultos u oscuros.
El sexo oral o la masturbación mutua son formas de juegos previos que nos pueden tentar a acelerar el ritmo y adelantar el orgasmo. Pero aquí también podemos aplicar los “principios” del slow sex: mantener el contacto visual mientras uno masturba o da sexo oral al otro – con lentitud y suavidad – es una forma de convertir estos habituales juegos previos en algo intenso y significativo.
El orgasmo es apenas un objetivo secundario en el sexo lento, por lo que no hay que hacer nada que lo apure o anticipe. La postergación del orgasmo se logra disminuyendo la velocidad de los movimientos a medida que se aproxima el clímax. Cuanto más intensa la sensación, más lento debe ser el movimiento, hasta el punto de quedar inmóviles.
Aquí también el contacto visual es clave, al igual que prestar toda la atención a los sentidos. Escuchamos cómo respira el otro, sentimos su calor, su olor y sabor, sus temblores y movimientos involuntarios mientras nos miramos fijamente. En ese momento, algunas palabras certeras, pronunciadas en susurros, pueden aumentar la excitación y hasta disparar el orgasmo aún sin hacer ningún movimiento.
El control del ritmo respiratorio es clave en actividades como la meditación, el yoga o el tantra. Y también en las relaciones de slow sex.
Respirar lento y profundo es una forma de bajar el ritmo e impedir que la mente nos distraiga con pensamientos aleatorios que nos alejan del momento presente.
Podemos contar hasta cuatro mientras hinchamos el abdomen, el tórax y el pecho con cada inhalación, y luego contar de nuevo hasta cuatro al exhalar, soltando el aire desde el pecho, el tórax y el abdomen (en ese orden). Esta es una práctica llamada respiración yóguica que nos ayuda a calmarnos y a concentrarnos en lo que estamos haciendo (en este caso, la práctica de slow sex).
Llega un momento en que el orgasmo es inminente e inevitable. Ambos deseamos acelerar la llegada de ese latigazo de placer que explotará en nuestro interior. Pero, a la vez, deseamos que ese instante se demore lo más posible en llegar.
Iniciamos un duelo, una competencia. ¿Quién aguantará más, cuál de los dos se rendirá primero? ¿Quién cederá ante la necesidad de acabar con este delicioso suplicio, esta agonizante espera del placer absoluto?
Tratamos de provocarnos para hacer “perder” al otro: él adelanta su pelvis para penetrar con un poco más de fuerza, pero no tanta como para provocar la eyaculación; yo muevo apenas mis caderas para generar una suave fricción entre nuestros órganos sexuales.
A este intento de prolongar o posponer el climax muchos lo llaman peaking: al igual que los surfers que intentan permanecer el mayor tiempo posible en la cresta de una ola, los amantes que hacen peaking buscan permanecer el mayor tiempo posible en el cénit del orgasmo, antes de que la excitación decaiga, los cuerpos se relajen y prevalezca la calma.
Los momentos posteriores al orgasmo no tienen necesariamente que ver con el slow sex, pero a mí me gusta prolongar esos momentos, como si el sexo no hubiera terminado. Seguir manteniendo el contacto visual, con una sonrisa, mientras nuestro ritmo respiratorio y cardíaco se va serenando, acompañando la experiencia con algunas leves y relajadas caricias.
Quizás sea cosa de mujeres, pero yo valoro que un hombre acepte mirarme, sonreírme o tomarme de la mano después de la relación sexual. Para mí, significa que hicimos algo más que un simple ejercicio físico; significa que logramos una conexión, que fuimos compañeros en la exploración de sensaciones y en la búsqueda del autoconocimiento.
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