No es que me guste lastimar o causar dolor a otras personas. Como le expliqué a mi psicóloga, nunca fui violenta. Todo lo contrario. Es por eso que me resulta muy difícil explicar mis placeres sádicos. Creo que la mejor forma de hacerlo es contar cómo los descubrí.
Escucha “Descubriendo mi gusto por el sadismo – Episodio 15” en Spreaker.Todo ocurrió una noche después de ir a bailar. Fue cuando empecé a salir de vuelta, después de mi separación, más o menos en la misma época de la noche que pasé con Rafael en su depto de Puerto Madero (lo que les conté en el episodio anterior). Pero esta vez no hubo vistas aéreas de la ciudad, ni champagne, ni masajes en los pies. Fue todo lo contrario: una noche que andaba con la autoestima por el piso y acepté llevar a mi casa a un chabón que ni siquiera me gustaba demasiado. Es que, si hay noches de sexo bueno, es lógico que también haya noches de sexo malo, ¿no?
Tabla de contenidos
En fin. En el boliche habíamos empezado a transar un poco. Hubo besos, caricias, manoseo, pero todo tranqui. En un momento mi amiga Marita se quiso ir, y su novio era el único con auto, así que nos fuimos todos. El novio de Marita se ofreció a llevarme a mi casa, y el chabón con el que había estado transando se prendió en el viaje también. Pueden creer que ni me acuerdo su nombre… creo que era Nicolás… bueno, da lo mismo, llamémoslo Nicolás.
Íbamos en el asiento de atrás, besándonos y tocándonos un poco. Cuando llegamos a mi casa, saludé y me bajé del auto, y Nicolás se bajó conmigo. Se quedó ahí parado mirándome con cara de perrito indefenso, hasta que yo le dije con cero interés “¿Querés pasar un rato?”. Me hizo gracia la cara de contento con que me dijo que sí, pero traté de no reírme.
Entramos a mi depto y, como yo no tenía ganas de demorar el trámite, pasé por alto los protocolos habituales de ofrecerle algo para tomar, y directamente le salté encima. Nos desnudamos rápido y lo llevé a la cama. Y sí, era una de esas noches en que sólo quería sacarme las ganas. Nada de seducción, nada de “slow sex”, ni siquiera preliminares. Garchar y punto.
Se acostó boca arriba y se quedó esperando a ver qué le hacía. Noté que estaba algo nervioso, por que temblaba un poco, y su pene no terminaba de ponerse duro, así que antes de cogérmelo lo ayudé con un poco de sexo oral.
En cuanto se le puso duro le dije que se pusiera un preservativo. Me dio pena ver cómo buscaba desesperado en su billetera, angustiado por la posibilidad de no haber llevado ninguno. Finalmente lo encontró y se lo puso, así que me subí encima suyo y lo empecé a cabalgar.
Duró dos minutos y acabó, y yo ni siquiera me había acercado al clímax. Me sentí muy frustrada, pero no tanto por lo poco que duró, sino por el poco interés que demostró para seguir, para hacerme sentir algo. Se quedó quieto y empezó a mirar para otro lado con cara de querer irse a la mierda. Me dio tanta bronca que le pegué un cachetazo y le ordené que me prestara atención.
No sé de dónde me vino el impulso para cachetearlo. Lo hice sin pensar. Pero lo más raro fue que se sintió bien. Demasiado bien. Sentí una sensación que me recorrió todo el cuerpo y me excitó muchísimo. Tanto que lo quise cachetear otra vez, pero él lo evitó agarrándome de la muñeca. Con eso logró hacerme enojar más todavía, así que con la mano libre le di una brutal cachetada, descargando toda mi furia en su cara. Al mejor estilo Will Smith en la entrega de los Oscars.
Y si me había sentido bien con el primer cachetazo, con ese segundo, la sensación fue prácticamente un orgasmo. El chabón me gritó “loca de mierda”, me empujó a un costado y se fue corriendo, y yo me quedé pajeándome frenéticamente hasta hacerme acabar. Sí, todo demasiado bizarro.
Después me sentí horrible. Si antes estaba con la autoestima baja, en ese momento me sentía la peor basura del mundo. Me quedé enroscada en la cama llorando como por dos horas, hasta que me quedé dormida.
Al despertar traté de ordenar mis pensamientos. Intenté contactar al chabón para pedirle perdón, pero me había bloqueado de todas las maneras posibles. Evidentemente no quería saber nada de mí. Y no lo culpo.
Después, en la siguiente sesión con mi psicóloga, le conté todo sobre el episodio. Cuando le conté que me había quedado llorando, le dije que no lloraba por sentirme culpable de los cachetazos. Lloraba porque no me conocía a mí misma. Ya no sabía quién era, ni de lo que era capaz. Poco tiempo atrás había descubierto que podía sentir atracción por otra mujer. También había descubierto que no tenía dramas en cobrar por sexo. Y ahora, esto. Le expliqué a la psicóloga que, hasta ese momento, jamás había sido violenta. Que soy incapaz de matar una mosca.
Entonces ella quiso saber qué fue lo que sentí inmediatamente después de pegarle el cachetazo. Y al revivir en mi mente ese instante, descubrí por qué me había sentido tan bien al pegarle. Fue porque, por un segundo, sentí que era yo quien dominaba la situación, sentí que tenía el control y podía hacer lo que quisiera con el pibe. Me sentí poderosa. Pero fue sólo por un segundo, porque después me invadió la sensación horrible de no tener control sobre mí misma.
Entonces vino la explicación psicológica. Según me dijo la terapeuta, mi reacción fue “una vía de escape de mi subconsciente para los traumas que había sufrido en la relación de pareja que había terminado poco tiempo atrás”. O sea: todos los maltratos que sufrí de mi ex estaban ahí reprimidos y salieron de la peor manera, apenas les abrí la puerta.
La mina me explicó que, en el momento del clímax sexual, la mente racional y consciente baja la guardia y deja que se escapen emociones reprimidas. Eso tuvo mucho sentido. Cuando estaba a punto de pegarle el segundo cachetazo al chabón, y me agarró del brazo, su cara se transformó en la de mi ex. Por eso fue que el siguiente golpe salió con tanta furia. Gracias a Dios no tenía ningún objeto punzante a mano.
Me gustaría haber podido ver mi cara en ese momento de locura… me imagino una cara de felicidad endemoniada, de maldad mezclada con placer sexual y excitación… al pobre pibe lo debo haber aterrorizado.
Me tranquilizó un poco descubrir qué fue lo que causó el episodio. Ya no me sentía tan como una loca. Y lo mejor era que lo podía culpar de todo a mi ex. Pero igual yo necesitaba saber cómo evitar que volviera a suceder. Entonces la psicóloga me sugirió que busque la forma de canalizar esas emociones de maneras controladas. Me habló de la práctica del sadomasoquismo. No lo pude creer cuando me lo dijo… ¿Tenía que solucionar mis traumas lastimando a otras personas a propósito? Me sonaba a tratar de apagar el fuego con más fuego.
Pero entonces me explicó que, si se practica de forma consensuada, estableciendo límites claros y estrictos, el sadomasoquismo hasta puede ser terapéutico para personas “con perfiles psicológicos similares al mío”. Lo habrá dicho en forma muy elegante, pero yo sé que quiso decir “para locas como vos”.
Y bueno, sería cuestión de probar. Buscar a alguien que aceptara recibir mis golpes, ponernos de acuerdo en cómo le gustaría que le pegue, y empezar a repartir. Dio la casualidad que Antonella, mi vecina, tenía un cliente al que le gustaba ser maltratado. Y que justo estaba buscando a una mujer dispuesta a maltratarlo. Desde el momento en que Anto me lo contó, no pude pensar en otra cosa. Empecé a leer y aprender todo lo que pude sobre cómo convertirme en una “dominatriz”… Ya les voy a relatar cómo resultó todo eso. Prepárense, porque va a ser intenso.
Hablemos del coitocentrismo: esa creencia de que no puede haber sexo sin coito - es…
Cuando una pareja busca ideas para romper la rutina la opción de abrir la pareja…
Las mujeres ya no tenemos excusa para desconocer nuestra anatomía erógena. Las épocas en que…
Cuckold es una práctica erótica, una especie de fetichismo que consiste en dejar que tu…
La femme fatale, o mujer fatal, es un arquetipo que aparece a lo largo de…
Estás a un paso de ingresar al mundo privado que construí especialmente para compartir contigo…
View Comments